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Allá tú si publicas

“El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos. Tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo”.

William Faulkner.





La publicación es un paso sublime para cualquier escritor, ese instante donde se puede mirar impreso el resultado de muchas horas en el escritorio y que se convierte en un ente vivo capaz de entablar un diálogo con el otro; desde la portada, la contraportada y su concepto editorial, el autor en primera instancia, puede sentir la fuerza de una obra terminada, y el nacimiento de muchas posibilidades vitales. La trascendencia, como un primer envión. La cosquilla de la fama. El reconocimiento de los pares y de los lectores en potencia, pero también, inevitablemente, la crítica y la calificación de la obra.

Los escritores anidan un feroz Catoblepas que los devora por dentro: la vanidad. Y este ser misterioso y legendario camina al borde de los libros y en general en la creación de cualquier obra. Es un riesgo. Una bomba que entorpece el proceso de creación literaria. Hay quien escribe para el reconocimiento, la trascendencia, la inmortalidad, en suma, la fama y el reflector.

Hay quien escribe a pesar de si mismo, porque la literatura es la única forma identificable de felicidad, de expresión y de sobrevivencia espiritual. Recordemos a Roberto Artl que trabajó en varias de sus obras escribiendo sobre el papel de las rotativas del diario donde laboraba lo mejor de sus escritos, lejano a la comodidad y al tiempo libre. Escribía porque decidió, como lo señala Mario Vargas Llosa, convertir la literatura en servidumbre, en nada menos que en esclavitud.

Desde esas profundidades nace, crece y se desarrolla la obra literaria, o en general, las mejores obras literarias. El oropel que le corona la publicación de un libro, no es la cúspide sino el comienzo de un proceso de insatisfacción, de dudas y de espanto. ¿La obra que sigue será de mayor calidad? Y el autor estará subiéndose a otro barco para comprender que la tarea del escritor no es un pasatiempo ni un juego de billar, sino una dedicación permanente.

Y la permanencia estriba en habitar el continuo creativo. Animarse a publicar cuando se tengan 3 obras inéditas en el cajón del escritorio es una muestra de trabajo y oficio. Quien entra en el ámbito de la literatura, entra a un apostolado, dispuesto a dedicar energía, tiempo y esfuerzo que se verá manifiesto en el talento, que no es más que trabajo y perseverancia; resultado de años de disciplina. Con esto podemos entender que publicar un libro es a todas luces un compromiso con la vida misma. Publicar un libro es alentador, es un orgullo, pero a la vez es una batalla con ese Catoblepas de la vanidad.

Llegar a la publicación no depende totalmente del editor; sino del continuo crear, de renunciar al derecho de renunciar y seguir procurando decir lo que se quiere decir a pesar de uno mismo.

El editor tiene su parte pero no tiene la última palabra. El padre de Borges le dijo una vez: “que sólo escribiera cuando sintiera una necesidad íntima de hacerlo, sin apresurarse a publicar, y que leyera mucho pero que sólo leyera lo que le interesaba”

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