¿Cuándo fue la última vez que leíste un libro de principio a fin sin interrupciones? ¿Recuerdas la sensación de sumergirte en sus páginas, perderte en la historia y emerger horas después con nuevas ideas y perspectivas? Si eres como yo, probablemente te cueste recordar. En un mundo donde el 31% de los adultos admite no haber leído un solo libro en el último año, es evidente que nos enfrentamos a una crisis de lectura sin precedentes. Y en México, la situación no es más alentadora.
Según el Módulo de Lectura (MOLEC) del INEGI, en 2022 el promedio de libros leídos por persona al año fue de apenas 3.4, una cifra que ha ido disminuyendo constantemente en los últimos años. La sobrecarga de información y las distracciones constantes en la era actual están afectando negativamente la práctica de la lectura, lo que tiene repercusiones profundas en nuestro conocimiento y comprensión del mundo.
Como escritor y ávido lector, he sido testigo de primera mano de cómo la avalancha digital ha erosionado mis propios hábitos de lectura. Hace apenas una década, podía pasar horas absorto en un libro, pero hoy en día, me descubro constantemente luchando contra el impulso de verificar mi teléfono o navegar por las redes sociales. Esta lucha personal me ha llevado a reflexionar profundamente sobre las causas y consecuencias de este fenómeno que afecta a toda nuestra sociedad.
La era de la sobrecarga de información
Vivimos en la era de la "infoxicación", un neologismo que combina "información" e "intoxicación". Este término, acuñado por el psicólogo David Lewis en 1996, describe perfectamente la sobrecarga informativa a la que estamos expuestos diariamente. Pero, ¿qué significa realmente estar "infoxicado"?
Imagina que estás tratando de beber agua de una manguera contra incendios. El caudal es tan intenso que, en lugar de saciar tu sed, te ahoga. Así es como nos sentimos ante el torrente incesante de información que recibimos a través de nuestros dispositivos digitales. Según un estudio de IBM, producimos 2,5 quintillones de bytes de datos cada día. ¿Cómo podemos procesar semejante cantidad de información sin ahogarnos en el intento?
Esta infoxicación tiene un impacto directo en nuestra capacidad de lectura. Cuando intentamos leer un libro o un artículo largo, nuestra mente, acostumbrada al bombardeo constante de estímulos, se rebela. Nos cuesta mantener la concentración, nos distraemos con facilidad y, lo que es peor, perdemos la capacidad de realizar una lectura profunda y reflexiva.
Las fuentes de esta infoxicación son múltiples y omnipresentes. Las redes sociales, con su flujo interminable de actualizaciones, son quizás la fuente más obvia. Pero no podemos olvidar el papel de los medios de comunicación, que nos bombardean con noticias las 24 horas del día, la publicidad omnipresente en nuestras pantallas, y el correo electrónico, que nos mantiene en un estado de alerta constante.
En México, el fenómeno de la infoxicación se ve agravado por la rápida adopción de tecnologías digitales. Según datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), en 2022 el 84.4% de la población mexicana era usuaria de internet. Este acceso masivo a la información digital, si bien tiene aspectos positivos, también contribuye a la sobrecarga informativa. Los mexicanos pasamos en promedio 8 horas y 20 minutos al día en internet, según el informe Digital 2023 de We Are Social y Hootsuite. ¿Cuánto de este tiempo se dedica a la lectura profunda y cuánto a la navegación superficial?
¿Te has preguntado alguna vez cuántas veces al día revisas tu teléfono? Según un estudio de Asurion, el estadounidense promedio lo hace 96 veces al día, es decir, aproximadamente una vez cada 10 minutos. ¿Cómo podemos esperar mantener una lectura sostenida en estas condiciones?
El impacto de las distracciones en la lectura
Las distracciones digitales se han convertido en los ladrones silenciosos de nuestra atención. Las notificaciones constantes de nuestros dispositivos, la tentación de la multitarea y la facilidad para navegar por internet han creado un cóctel tóxico para nuestra capacidad de concentración.
Recuerdo vívidamente cuando intenté leer "Guerra y Paz" de Tolstoi hace unos años. Me propuse dedicarle una hora diaria, pero pronto me di cuenta de que, en realidad, solo estaba leyendo de manera efectiva durante 15 o 20 minutos. El resto del tiempo lo pasaba luchando contra el impulso de revisar mi teléfono, respondiendo mensajes o simplemente dejando que mi mente divagara. ¿Te suena familiar?
Los efectos de estas distracciones en la lectura son devastadores. Según un estudio publicado en la revista "Psychological Science", las interrupciones constantes no solo afectan nuestra capacidad de atención, sino que también disminuyen significativamente nuestra comprensión y retención de la información. En otras palabras, no solo leemos menos, sino que comprendemos peor lo que leemos.
En el contexto mexicano, las distracciones digitales tienen un impacto particular en los hábitos de lectura. El MOLEC revela que el 44.1% de los mexicanos que leen libros lo hacen por placer, mientras que el 23.8% lo hace por trabajo o estudio. Sin embargo, estas cifras contrastan con el tiempo dedicado a otras actividades digitales. Por ejemplo, los mexicanos pasan en promedio 3 horas y 13 minutos al día en redes sociales. ¿Cómo podemos esperar fomentar una cultura de lectura cuando nuestro tiempo y atención están tan fragmentados?
Un experimento realizado por la Universidad de Stanford demostró que los estudiantes que intentaban realizar múltiples tareas mientras leían un texto académico obtuvieron resultados significativamente peores en las pruebas de comprensión que aquellos que se concentraron exclusivamente en la lectura. ¿Nos estamos convirtiendo en una generación de lectores superficiales?
Las consecuencias de la disminución de la lectura
La reducción de la lectura profunda tiene consecuencias que van más allá de lo individual. A nivel social, estamos experimentando una disminución preocupante del conocimiento general y la comprensión del mundo que nos rodea.
En México, la disminución de la lectura tiene implicaciones preocupantes para el desarrollo educativo y cultural del país. Según el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) de la OCDE, en 2018 México obtuvo un puntaje de 420 en lectura, por debajo del promedio de la OCDE de 487 puntos. Esta deficiencia en comprensión lectora no solo afecta el rendimiento académico, sino que también tiene consecuencias a largo plazo en la capacidad de los ciudadanos para participar plenamente en la sociedad y en la economía del conocimiento. Pero el impacto va más allá del mero conocimiento. La lectura profunda es fundamental para desarrollar el pensamiento crítico y la capacidad de análisis. Cuando leemos un libro, no solo absorbemos información, sino que también aprendemos a cuestionar, a contrastar ideas y a formar nuestras propias opiniones. Sin esta práctica, corremos el riesgo de convertirnos en meros receptores pasivos de información, incapaces de distinguir entre hechos y opiniones, entre verdad y manipulación.
En este contexto, no es de extrañar que estemos viviendo una época de auge de la desinformación y las noticias falsas. Sin las habilidades críticas que desarrolla la lectura profunda, somos más vulnerables a la manipulación y a la propaganda. ¿Cuántas veces has compartido una noticia sin verificar su veracidad, simplemente porque confirmaba tus creencias previas?
Frente a este panorama, es fácil caer en el pesimismo. Sin embargo, creo firmemente que aún estamos a tiempo de revertir esta tendencia. La lectura profunda no es solo un pasatiempo; es una habilidad fundamental para nuestro desarrollo personal y para el funcionamiento saludable de nuestra sociedad.
En México, revertir esta tendencia requiere un esfuerzo conjunto de instituciones educativas, gobierno y sociedad civil. Iniciativas como el programa nacional de fomento a la lectura son un paso en la dirección correcta, pero necesitan ser reforzadas y adaptadas a la era digital. ¿Por qué no crear una campaña nacional que combine la promoción de la lectura tradicional con estrategias para navegar de manera crítica en el mundo digital? Como sociedad, debemos reconocer que la lectura no es solo una herramienta educativa, sino un pilar fundamental para el desarrollo personal y colectivo de nuestro país.
¿Qué podemos hacer para fomentar la lectura en la era digital? En primer lugar, debemos ser conscientes del problema. Reconocer nuestras propias distracciones es el primer paso para combatirlas. Personalmente, he adoptado la práctica de desconectar mi teléfono y cerrar todas las aplicaciones no esenciales cuando me dispongo a leer. También he establecido momentos específicos del día para la lectura, creando un ritual que mi mente asocia con la concentración y el disfrute.
A nivel social, necesitamos revalorizar la importancia de la lectura. Las escuelas, las bibliotecas y las instituciones culturales deben jugar un papel crucial en este sentido. ¿Por qué no implementar programas de "desintoxicación digital" o clubes de lectura que fomenten la discusión y el análisis crítico?
También es fundamental que aprendamos a navegar de manera más efectiva en el océano de información en el que vivimos. Desarrollar habilidades de curación de contenidos, aprender a identificar fuentes confiables y a contrastar información son competencias cruciales en la era de la infoxicación.
Por último, pero no menos importante, debemos recuperar el placer de la lectura. En un mundo acelerado y estresante, sumergirse en un buen libro puede ser un acto de resistencia y, al mismo tiempo, una fuente de paz y enriquecimiento personal.
La lectura profunda es mucho más que una forma de pasar el tiempo; es una ventana a nuevos mundos, una herramienta para comprender mejor nuestra realidad y a nosotros mismos. En un mundo cada vez más complejo y polarizado, necesitamos más que nunca las habilidades que solo la lectura puede proporcionarnos: empatía, pensamiento crítico, imaginación y capacidad de reflexión.
Te invito a que, después de leer este texto, cierres tus dispositivos, tomes un libro y te sumerjas en sus páginas. Quizás, página a página, podamos recuperar no solo el hábito de la lectura, sino también nuestra capacidad de comprender y transformar el mundo que nos rodea.
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